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Por ETC Group
Los gobiernos marcan 50 años de fracasos… y un par de nano-avances
Para una gran parte del mundo, la Cumbre Río+20 es la descomunal reunión que ocurre esta semana en Brasil —antes de las olimpiadas y después del jubileo de la reina Isabel. Para los miles de negociadores y observadores de la sociedad civil, incluyendo al Grupo ETC, quienes hemos seguido el proceso desde 2010, Río+20 terminó ya, antes incluso de que los “líderes” mundiales regresaran al aeropuerto internacional Galeão de Río de Janeiro. Con cinco miembros de nuestra organización y muchos aliados en el campo, el Grupo ETC ofrece un panorama que incluye algunas cosas buenas e inesperadas en esta fallida cumbre.
Las inevitables malas noticias: es difícil describir a Río+20 como algo menos que una tragedia. A pesar a años de preparación y meses de negociaciones, nada de lo que se dijo o se hizo en Río compensa lo ocurrido en 20 años desde la original Cumbre de la Tierra en 1992 —como lo dicen discretamente los delegados más antiguos— ni tampoco con el medio siglo de fracasos intergubernamentales desde la interminable secuencia de congresos ambientales que siguieron a la publicación del libro, Silent Spring (Primavera Silenciosa) de Rachel Carson en 1962.
Neth Daño, del Grupo ETC, afirma: “muchas delegaciones se avergüenzan genuinamente del título del documento de negociación “El futuro que queremos”, pues establece miras de un futuro que no podrá lograrse mediante las deficientes iniciativas propuestas.”
El gran ganador en Río es el sector industrial privado, que logró el pase para desarrollar una “economía verde”, con la promesa de “ambientes propicios” y recursos públicos. Después de meses de oposición, y bajo la presión de Brasil para acuñar algo aparte del naufragio que fueron las negociaciones en Nueva York, el Sur global aceptó el supuesto nuevo paradigma de “economía verde” que sin embargo aún tiene una definición muy vaga y está abierto a interpretaciones convenientes por parte de la industria, los gobiernos y las instituciones financieras internacionales. Para la industria, la economía verde claramente significa la finaciarización de la naturaleza —la noción de que cada uno de los arroyos y nenúfares tendrá precio y podrá comprarse y venderse como parte de los “servicios ambientales” que brinda la naturaleza.
Ahora mejores noticias: como sobrevivientes de naufragio, en el Grupo ETC encontramos algunas esperanzas. A pesar de los esfuerzos en contra por parte de Canadá y Estados Unidos, tanto el Derecho Humano al agua como el Derecho a la alimentación lograron fortalecerse, y aunque la Soberanía Alimentaria fue soslayada, los textos finales negociados reconocen la importancia de los agricultores y los pueblos indígenas para la conservación e intercambio de semillas.
“Hasta que La Vía Campesina —a nombre de los agricultores del planeta— habló en plenaria para dirigirse a los líderes políticos del mundo, quedó claro el papel esencial de los campesinos en la producción de alimentos de manera verdaderamente sostenible. Los campesinos y cómo podría apoyárseles de la mejor manera, deberían haber estado en el centro de toda la cumbre Rio+20”, dijo Silvia Ribeiro del Grupo ETC.
De manera frustrante, la iniciativa más importante encabezada por el World Resources Institute (WRI) para lograr transparencia global y regional mediante instituciones ambientales multilaterales —un movimiento que ha estado ganando empuje desde 1999 y que ha contado con un secretariado fuerte y apoyo de los gobiernos— se desdibujó los últimos meses de negociaciones y logró escasa atención en el texto final. Lo cual hace aún más sorprendente el éxito logrado por el llamado del Grupo ETC a la evaluación de las tecnologías a nivel global y nacional. La Agenda 21 de 1992 había recomendado precisamente la evaluación de las tecnologías a niveles regional y nacional, pero, en el año que siguió a la Cumbre de la Tierra, las dos instituciones de Naciones Unidas que contaban con capacidad para hacer consideraciones de las tecnologías fueron eliminadas, e incluso la oficina del gobierno de Estados Unidos para la Evaluación Tecnológica se canceló un par de años después. Con el sector privado a la alta, pocos pensaron que Río+20 se comprometería con la evaluación de las tecnologías en cada nivel de gobernanza e incluso el Grupo ETC no esperaba que los gobiernos admitieran algo así, ni mucho menos expresaran su preocupación de que algunas nuevas tecnologías pueden causar daños a la salud, la biodiversidad y el ambiente.
En el documento final negociado (que ofrece casi nada nuevo desde la Cumbre de la Tierra en 1992), el Grupo ETC se congratula de que haya un consenso global contra la fertilización del océano, un remiendo tecnológico (teórico) para el cambio climático. Si bien existe una moratoria sobre fertilización oceánica lograda en el Convenio de Diversidad Biológica en 2008, las preocupaciones aumentaron por esta propuesta de geoingeniería durante el proceso intensamente político de Río+20. Al final de esta ronda los capitalistas de riesgo que esperaban vender créditos de carbono por la manipulación marina, se ahogaron: a pesar de haber un acuerdo tácito entre los gobiernos para no introducir nuevos temas en las negociaciones ni ampliar los temas existentes, hubo movimientos de último minuto para expandir la oposición a la geoingeniería más allá de la fertilización oceánica, incluyendo las técnicas de manejo de la radiación solar y otras técnicas basadas en tierra. La oposición intergubernamental a la geoingeniería como Plan B para contrarrestar el cambio climático claramente está ganando fuerza.
Para el Grupo ETC, también son buenas noticias que Río+20 diera la bienvenida al Comité sobre Seguridad Alimentaria Mundial, con sede en Roma (CFS) para considerar temas de agricultura y alimentación. El CFS incluye un modelo para la participación ampliada de los movimientos sociales y la sociedad civil en las negociaciones intergubernamentales —así como un modelo para reunir las agencias intergubernamentales ya sean derivadas de la ONU o no, siempre que traten temas comunes. Cuando la crisis de la alimentación se hizo evidente en 2008, organizaciones campesinas y sus aliadas de la Sociedad Civil llamaron a una renovación del CSF en Roma, en vez de fortalecer propuestas derivadas de Naciones Unidas en Nueva York para crear un organismo alternativo que gobernara la alimentación y la agricultura en el otro lado del Atlántico. El Grupo ETC considera que es importante que Río+20 haya dado su apoyo explícito al trabajo del CFS sobre la producción sostenible de alimentos y la seguridad alimentaria en el nivel nacional, así como su trabajo sobre la tenencia de la tierra, las pesquerías y los bosques en el contexto de la seguridad alimentaria.
Finalmente, el Grupo ETC también ha estado participando en la Cumbre de los Pueblos para la Justicia Social y ambiental, a dos horas de distancia en autobús, a un mundo de distancia de los procedimientos oficiales. Más de 50 mil personas participaron la última semana. Allí, la crítica de la economía verde y la financiarización de la naturaleza fueron los temas principales, así como el compromiso por la soberanía alimentaria, en la cual los campesinos, pescadores artesanales y mujeres tienen un papel crucial. La Cumbre de los Pueblos también exigió una prohibición de todas las formas de geoingeniería como parte del plan de acciones de la sociedad civil y los movimientos sociales.