Por George Monbiot
Vencidos por la esperanza. En esos aprietos nos vemos quienes hemos intentado defender los sistemas de vida de la Tierra. Cada vez que los gobiernos se reúnen a discutir la crisis medioambiental, nos dicen que esta es la “cumbre del ahora o nunca” de la que depende el futuro. Puede que las conversaciones hayan fracasado anteriormente, pero esta vez descenderá la luz de la razón sobre el mundo.
Sabemos que es pura basura, pero dejamos que se eleven nuestras esperanzas, para ser testigos tan solo de cómo 190 países discuten toda la noche en torno al uso del subjuntivo en el párrafo 286. Sabemos que al final de este proceso el Secretario General de las Naciones Unidas, cuyo trabajo le obliga a emitir sinsentidos en un impresionante número de idiomas, explicará que las cuestiones sin resolver (a saber, todas ellas) se resuelvan en la cumbre del año próximo. Y sin embargo, todavía esperamos algo más.
La cumbre de la Tierra de esta semana en Río de Janeiro es una sombra fantasmal de la alegre y confiada reunión de hace veinte años. A estas alturas, nos dijeron los dirigentes que se reunieron en la misma ciudad en 1992, los problemas medioambientales del mundo se iban a haber resuelto. Pero todo lo que han generado son más debates, que continuarán hasta que los delegados, rodeados por el ascenso de las aguas, se hayan comido hasta la última paloma exótica, exquisitamente presentada envuelta en hojas de olivo. La biosfera que los líderes mundiales prometieron proteger se encuentra en peor estado hoy que hace veinte años. ¿No es hora de reconocer que han fracasado?
Estas cumbres han fracasado por la misma razón por la que han fracasado los bancos. Los sistemas políticos que se suponía que debían representarnos a todos reaparecen con gobiernos de millonarios, financiados por multimillonarios en nombre de los cuales actúan. Los últimos 20 años han sido un banquete de multimillonarios. A instancias de las grandes empresas y los megarricos, los gobiernos han eliminado las consideraciones limitadoras – leyes y reglamentaciones – que impiden que una persona destruya a otra. Esperar que gobiernos financiados y designados por esta clase protejan la biosfera y defiendan a los pobres es como esperar que un león se alimente de gazpacho.
No hay más que ver el modo en que los Estados Unidos han atacado con saña el borrador de declaración de la cumbre de la Tierra para aprehender la escala de este problema. El término “equitativo”, insisten los EE.UU., debe ser purgado del texto. Lo mismo vale para cualquier mención del derecho a los alimentos, el agua, la salud, el imperio de la Ley, la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres. Otro tanto en lo que respecta a un objetivo claro de impedir dos grados de calentamiento global. Lo mismo en lo que toca al compromiso de cambiar “patrones insostenibles de consumo y producción”, y a desacoplar el crecimiento económico del uso de recursos naturales.
Lo que es más significativo, la delegación norteamericana exige la eliminación de muchos de los cimientos a los que se avino un presidente republican en Río en 1992. Sobre todo, se ha determinado a purgar cualquier mención del principio central de esa cumbre de la Tierra: responsabilidades comunes, pero diferenciadas. Esto quiere decir que, si bien todos los países deberían esforzarse por proteger los recursos mundiales, los que tienen más dinero y han causado mayores daños deberían desempeñar un papel mayor.
Se trata de un gobierno, recordémoslo, que no es el de George W. Bush sino el de Barack Obama. El sabotaje mezquino, paranoico, unilateral de los acuerdos internacionales continúa ininterrumpidamente. Ver a Obama dar marcha atrás a los compromisos contraídos por Bush senior hace veinte años es contemplar en qué medida todas un minúsculo grupo de plutócratas ha reafirmado su férula sobre la política.
Si bien el impacto destructivo de los EE.UU. en Río es mayor que el de cualquier otro país, eso no excusa nuestros propios fallos. El gobierno británico preparó la cumbre de la Tierra hacienda descarrilar tanto nuestra Ley de Cambio Climático como la directiva de Eficiencia Energética europea. David Cameron no asistirá a la cumbre de la Tierra. Tampoco asistirá Ed Davey, secretario de Energía y Cambio Climático (lo que probablemente sea una bendición, pues se trata de un completo inútil).
No hace falta decir que Cameron, junto a otros ausentes como Obama y Angela Merkel, está asistiendo a la cumbre del G20 en México, que tiene lugar inmediatamente antes de Río. Otro principio de la cumbre de 1992 – que las cuestiones económicas y medioambientales no deberían tratarse aisladamente – hecho fosfatina.
No se puede hacer frente a la crisis medioambiental por medio de los emisarios de los multimillonarios. Es al sistema al que hay que desafiar, no las decisiones individuales que toma. A este respecto, la lucha por proteger la biosfera es la misma lucha por la redistribución, por la protección de los derechos de los trabajadores, por un Estado que ofrezca posibilidades, por la igualdad ante la Ley.
De modo que esta es la gran pregunta de nuestro tiempo: ¿dónde está todo el mundo? Han desaparecido los gigantescos movimientos sociales del siglo XIX y los primeros 80 años del siglo XX y nada ha venido a reemplazarlos. Aquellos de nosotros que todavía nos enfrentamos al poder injustificado oímos el eco de nuestros pasos en los espacios cavernosos antaño atestados por las multitudes. Cuando unos cuantos cientos de personas se plantan – como hicieron quienes acamparon con el movimiento “Ocupemos…” – el resto del país se limita a esperar la clase de cambio que requiere el trabajo sostenido de millones de personas.
Sin movimientos de masas, sin la clase de enfrentamiento necesario para revitalizar la democracia, todo lo que tiene valor queda borrado del texto político. Pero no nos movilizamos, tal vez porque seguimos incesantemente seducidos por la esperanza. La esperanza es la soga de la que todos nos colgamos.