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Por Cândido Grzybowski, Sociólogo, director de Ibase
Al final, ¿dónde estamos? ¿Para dónde vamos? ¿Cómo imaginamos nuestro destino común en íntima relación con la naturaleza? ¿De qué forma construir las condiciones de buen vivir y de felicidad para todos los seres humanos, sin distinción, cuidando y compartiendo el generoso Planeta que nos acoge? ¿Qué cambios necesitamos hacer desde ahora en nuestro modo actual de organizarnos, producir y consumir, generador de exclusiones y desigualdades sociales vergonzosas y destructor de la base de la vida? Son preguntas que corresponde hacer en este final de la Conferencia Río+20, cuando una vez más nuestros gobernantes demostraron la falta de determinación para iniciar la gran reconstrucción de un mundo en crisis. Mucha pompa oficial para nada, propagando aún más incertidumbres sobre nuestra capacidad colectiva de cambiar rumbos para la sustentabilidad de la vida, de todas las formas de vida, y para la integridad del Planeta Tierra. Mientras tanto… la crisis se aprofunda y se amplía, y la incertidumbre colectiva aumenta. La Río+20 alimenta la capacidad destructiva de la crisis mundial, en vez de aprovechar el momento histórico y transformar un marco de cambios impostergables.
Precisamos afirmar en alto y en buenos términos que la crisis de múltiples facetas (climática y ambiental, financiera, alimenticia, de valores…), que abarca al mundo entero, tiene también otro componente: la crisis de gobernanza. Esto se revela, por un lado, en la falta de una estructura de poder mundial más legítima que la de hoy. El multilateralismo se agota y se muestra impotente frente a la amenaza permanente de los imperialismos armados y su poder de veto. Además, su alcance se topa con los Estados y sus viejas soberanías nacionales. Es fundamental añadir, en esta sintética valoración, que la economía hoy globalizada y la propia salud de las finanzas públicas estatales dependen del enorme poder privado de las grandes corporaciones económico-financieras, que someten al mundo a sus intereses de acumulación. Tenemos un gobierno mundial de corporaciones más que de Estados.
Por otro lado, la crisis de gobernanza aparece en la total falta de visión y voluntad de cambio de los gobernantes, pero también de los parlamentos que los sustentan, por más limitado y contradictorio que sea el espacio político que ellos aún retienen ante el llamado poder de los mercados. Aunque imposibles, las grandes tareas en la historia de la humanidad siempre fueron primero pensadas y soñadas, para después crear las condiciones que las tornaron posibles. Viendo el panorama del mundo de hoy y la patética Conferencia Río+20, constatamos que faltan en el escenario mundial estadistas de grande porte político y ético, generosos y comprometidos, que escuchen las voces y capten las demandas de la naciente ciudadanía planetaria por cambios ya, estadistas que lideren la definición de rumbos y de acuerdos democráticos para instaurar procesos de cambios aquí y ahora.
Vale la pena resaltar aquí que el fracaso de la Río+20 era, de algún modo, algo que se podía prever. Yo mismo escribí una serie de crónicas al respecto. Pero existía esa pizca de esperanza de que algo podría pasar y que el desenlace fuera otro. Al final, la política, más aún la política democrática, es siempre imprevisible en sus resultados, al menos cuándo y cómo se llega a ellos. Pero esta vez, “eficientemente”, la diplomacia apostó al mínimo denominador común, que acabó siendo menos que mínimo, menos que la Eco 92 y mucho menos que el mínimo demandado por la opinión pública y las diversas voces ciudadanas del mundo. Como siemrpe, hay algo positivo para resaltar en la producción de esta conferencia vacía: la economía verde, vendida como desarrollo sustentable, no tiene consenso y nada fue aprobado al respecto. Las grandes corporaciones, si festejan la incapacidad colectiva del poder constituído de cambiar el rumbo en la organización de la economía del mundo, no pueden festejar ningún triunfo, pues no les fue dada la libertad para un avasallador nuevo frente de negocios sin ninguna regulación, abarcando toda la naturaleza con sus biotecnologías, nanotecnologías y geoingeniería. Pero la lucha no terminó.
Quien faltó de forma más incisiva en la Río+20 fue la naciente ciudadanía planetaria. Sin embargo, es de ahí que precisan surgir movimientos de ciudadanía irresistibles para que la historia sea otra. Intentamos prepararnos para esto y estuvimos en un número razonable en la Cúpula de los Pueblos. No pocos estuvieron participando en la Cúpula de los Pueblos y, también, en el distante Río Centro. Algunos, como siempre, ejercieron la diplomacia ciudadana e intentaron influir en la producción del documento final. Ruido hicimos, y bastante. Mostramos, sobre todo en el Aterro de Flamengo, la vibrante y hasta alegre diversidad que caracteriza a los pueblos abrigados por el Planeta Tierra. Pero, es necesario reconocer, faltó gente y nos faltó fuerza apara crear una real densidad política democrática capaz de invertir el juego o, por lo menos, amenazar. Tampoco conseguimos superar nuestra fragmentación y el enorme ruido que genera en nosotros mismos y hace eco hacia afuera. Llegamos a poco en términos de caminos para nuevos paradigmas, el lema que nos unió. Mostramos indignación y capacidad de movilización, pero todavía no mostramos la visión y las propuestas hechas de múltiples y diversos sueños, de muchas y diversas identidades sociales y culturales, de pluralismo de visiones, análisis y modos de actuar. La incapacidad de los gobiernos ante sus contradicciones y, sobretodo, ante el poder de las corporaciones, una vez más patente en esta Conferencia de la ONU, sólo puede ser superada por nuestra determinación de ciudadanas y ciudadanos responsables, que creen y actúan para que otros mundos sean posibles. Nos corresponde a nosotros la tarea de empujar a los gobiernos para cambiar, asumámosla.