Por Década por una educación para la sustentabilidad
Terminó la Cumbre Rio+20 sobre Desarrollo Sostenible. Quienes nos habíamos esforzado reclamando acuerdos ambiciosos y vinculantes para hacer frente a la actual situación de emergencia planetaria y que sentaran las bases de un futuro sostenible –“El futuro que queremos”-, hemos de reconocer nuestra decepción ante los resultados logrados. Así lo han hecho los grupos ecologistas y ONGs como Greenpeace, Intermón y tantas otras, presentes en la Conferencia organizada por Naciones Unidas y en la Cumbre de los Pueblos que se ha desarrollado paralelamente. Y así lo ha expresado el Grupo Principal de Comunidades de Ciencia y Tecnología (una de las nueve comunidades que han tenido acceso oficial al proceso de negociación), que no ha visto reconocido en el documento final el concepto de “límites planetarios”, ni ha visto aprovechada la oportunidad para expresar la “profunda alarma” de la comunidad científica sobre el estado de los recursos del planeta, el aumento continuo de las emisiones de gases de efecto invernadero, la inseguridad alimentaria, la pobreza, etc.
¿Debemos, pues, concluir que Rio+20 ha sido un fracaso y denunciar, como algunos hacen, la realización de eventos como este y el esfuerzo económico que suponen? Esa parece ser la opinión de muchos medios de comunicación, que en sus Editoriales critican, por ejemplo, “un documento plagado de lugares comunes, buenas intenciones y nulos compromisos, que a todos satisface porque a nadie obliga, muy al contrario de lo que sucedió en 1992” (El País, 25 de junio de 2012, página 22). Curiosamente, la generalidad de los medios, ONGs y partidos políticos ha prestado una escasísima atención a la preparación y desarrollo de la Cumbre y no ha contribuido a crear un clima social de exigencia sobre los responsables políticos. Podríamos hablar de corresponsabilidad en la falta de acuerdos que ahora se denuncia. Y más curioso todavía: si se consultan las hemerotecas podemos constatar que los resultados de la Cumbre de 1992, que ahora se valoran positivamente, fueron criticados con argumentos similares a los que en este momento se utilizan de vaguedad y falta de compromisos.
Es necesario no dejarse llevar por la impresión, que tanto se ha repetido estos días -antes, durante y después de Rio- de que estas Cumbres no sirven de nada, pues llevaría a concluir que no tiene sentido intentar resolver los graves problemas planetarios a los que la humanidad ha de hacer frente y que exigen medidas globales, es decir, acuerdos internacionales. Éxitos como el acuerdo mundial -largamente buscado y finalmente logrado- para dejar de producir los “freones” que destruyen la capa de ozono, nos hacen ver que es útil y necesario perseverar en esa dirección. Es cierto que Rio+20 no ha satisfecho nuestras expectativas, como tampoco lo hizo Rio 92, que ahora ponemos como modelo reconociendo avances como la puesta en marcha de Agenda 21. Pero está en nuestras manos lograr que “las buenas intenciones y las vagas promesas” se traduzcan en hechos. Está en las manos de todas y todos seguir impulsando el futuro que queremos y que necesitamos, como ya hicimos tras Rio 92, registrando progresos sustanciales.
Hemos de reconocer que, pese al esfuerzo de algunos, no se ha contribuido con la energía necesaria y desde todos los ámbitos a la presión social requerida sobre los líderes políticos. Parece que la urgencia de la crisis económica ha impedido a buena parte de los movimientos sociales ocuparse debidamente del conjunto de problemas, estrechamente vinculados, que amenazan nuestro futuro: todavía no se ha comprendido que la actual crisis solo se resolverá en la medida en que demos paso a un nuevo modelo económico que propicie un desarrollo humano realmente sostenible. Un desarrollo que ponga en marcha una profunda transición energética, hoy técnicamente posible, para hacer accesibles a todos recursos energéticos limpios y sostenibles y reducir drásticamente las emisiones de efecto invernadero. Un desarrollo que posibilite la gestión racional y sostenible de los recursos básicos, que garantice la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza, etc. La construcción de un futuro sostenible no es algo que pueda posponerse para mejor ocuparse ahora de “lo urgente”, es decir, de la crisis económica. Es, por el contrario, la única vía para superar la crisis.
Nuestro deber ahora –y nuestra gran oportunidad- es contribuir a transformar las “promesas y vaguedades” contenidas en el documento “El futuro que queremos”, aprobado en Rio+20, en compromisos reales, asumidos por el conjunto de la comunidad internacional. De hecho en Rio se han logrado ya avances en esa dirección que no deben minimizarse: se han firmado alrededor de 700 compromisos para dedicar más de 400.000 millones de euros al desarrollo sostenible. Un buen ejemplo es el propiciado por la OEI para dotar de energía limpia y renovable a las miles de escuelas que todavía carecen de electricidad en Iberoamérica. También los gobiernos se han planteado ya algunos objetivos numéricos a lograr cada año, como plantar cien millones de árboles o reciclar 800.000 toneladas de PVC. Y algo particularmente importante: se ha logrado reemplazar la actual Comisión para el desarrollo sostenible de Naciones Unidas, de escaso relieve, por un Foro de alto nivel político con funciones de supervisión, tal como reclamaba el Grupo Principal de Comunidades de Ciencia y Tecnología.
Se trata de logros parciales, insuficientes, pero que pueden y deben ser incrementados, mediante la decidida implicación de los movimientos sociales, los educadores, la ciudadanía en general, para que los Objetivos del Desarrollo Sostenible, que ahora son solo una desiderata objeto de reflexión, se conviertan urgentemente en una guía para la acción. Ese sigue siendo nuestro gran reto, por cuya consecución debemos seguir trabajando.