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Fracaso de la Conferencia Río+20

Este artículo esta disponible también en: Portugués, Brasil

Por Frei Betto

La Conferencia de la ONU para el Desarrollo Sustentable terminó en fracaso. Se gastaron US$ 150 millones para promoverla. Dinero desperdiciado. Hubiera sido mejor utilizarlo para preservar los bosques.

El documento final, aprobado por 193 países, es mediocre. Como ningún país, sobre todo los más ricos, quería comprometerse con medidas a corto plazo, el texto sufrió tantos recortes, para no desagradar a ninguno, que desagradó incluso al mismo secretario general de la ONU, Ban Ki-moon. Aunque al día siguiente, presionado por el Brasil, cambió de parecer. Desdijo lo que había dicho y defendió el documento, en el que no se recogieron las sugerencias de la sociedad civil.

No se decidió nada en concreto. Todos los compromisos sobre la sustentabilidad quedaron para más adelante… Se acordó que el año que viene serán definidos los Objetivos del Desarrollo Sustentable. En el 2014 se determinará de dónde sacar los recursos para financiarlos, y a partir del 2015 deberán ser implementados.

El acontecimiento es equiparable a la crónica de una muerte anunciada. Los dirigentes de los países ricos se la jugaron sucio a la Rio+20. Obama no llegó. Y aun tuvo el descaro de enviar a su secretaria de Estado, Hillary Clinton, el último día, cuando ya todo estaba debatido y aprobado. En un discurso inocuo ella anunció que los EE.UU. destinarán US$ 20 millones para la protección ambiental de los países de África. Una limosna, pues, sobre todo considerando que los EE.UU. figuran, junto a China, como principal acusado por la degradación de la naturaleza.

Lo que Rio+92 representó de avance, la Rio+20 lo representa de retroceso. En 1992 fueron aprobadas la Carta de la Tierra, la Agenda 21 y tres importantes convicciones: biodiversidad, desertificación y cambios climáticos. A partir de entonces muchos países crearon ministerios del medio ambiente.

El entusiasmo duró diez años. En el 2002, en la Conferencia de Johannesburgo, los gobiernos se negaron a rendir cuentas de cuanto habían acordado en Rio. Ya habían constatado que no hay compatibilidad entre preservación ambiental y modelo de desarrollo -depredador y excluyente- centrado en la acumulación privada del capital. Tuvimos, pues, diez años (2002-2012) de conversación confiada.

La Rio+20 propuso a los gobiernos, vía G-77 (grupo de los países menos desarrollados), crear un fondo de US$ 30 mil millones para financiar iniciativas de sustentabilidad en sus países, pero la propuesta no fue aprobada. Nadie hurgó en su bolsillo. Eso una semana después de que el G-20 destinara, en México, US$ 456 mil millones para tratar de sanear la crisis en la zona del euro.

No falta el dinero para salvar bancos. Pero para salvar a la humanidad y la naturaleza ni un real. Los dueños del mundo y del dinero viven en la ilusión de que la nave espacial llamada Planeta Tierra posee, como los vuelos internacionales, primera clase y clase ejecutiva.

El hecho es que los gobiernos, salvo raras excepciones, no están interesados en invertir en la sustentabilidad. Eso depende de un esfuerzo a mediano y a largo plazos. Y los gobiernos buscan resultados propagandísticos de cara a sus próximas elecciones.

La sustentabilidad es como el saneamiento. Según el Ministerio de las Ciudades, el 57 % de la población brasileña no tiene servicio de aguas negras. Así como los tubos pasan por debajo del suelo, nuestros políticos dan la espalda, interesados sólo por lo que trae visibilidad.

Los gobiernos quieren desarrollo entendido como multiplicación del capital. Nada de proteger la biodiversidad. Fingen no darse cuenta de que los cambios climáticos son originados por la degradación de la biodiversidad.

En Rio+20 venció la voracidad del capital. Hoy día casi siete mil millones de personas sobreviven consumiendo un planeta y medio. Dentro de poco llegaremos a dos planetas. Como los recursos naturales son limitados, las generaciones futuras corren el serio peligro de padecer la carencia de bienes esenciales, como agua y alimentos.

La lluvia que cayó sobre Rio de Janeiro durante la reunión era como lágrimas de Gaya que, con seguridad, tenía esperanza de que la Rio+20 la librase del estupro que sufre a manos de quien busca solamente aprovecharse de ella, siendo indiferente a los derechos de las generaciones futuras.

Pero valió la pena haber estado presente en la Cumbre de los Pueblos, viendo a los pueblos indígenas mezclarse con ambientalistas, jóvenes y niños, para preservar al menos la esperanza de que vale la pena luchar por otro mundo posible y sustentable.